Viernes 14 de agosto – Los ojos del Coronavirus

Acorralado por la peste y a salvo de momento, como cualquiera, una mañana de estas, de peste en mi pago, me puse a pensar en los que quiero, que no son tantos pero están.

Con algunos de ellos lejanía por la peste, con otros lejanías por trabajos y circunstancias.

Los que escriben sobre la Peste en mi pago, como los que escriben sobre la peste lejos, otros desde lejos y mirándonos, se ponen en extraños, se suben a la montañita de cristal con que suelen juzgarnos los ajenos. No los maldigo, los compadezco, tanta necesidad de mentir el miedo y esconder el azar corresponderá a una forma de defensa y está bien, cada uno se salva como quiere de un enemigo tan particular que ni cuerpo tiene, apenas un nombre en mitad de la penumbra, la incertidumbre y lo dicho: el miedo. Hay, sin embargo, un acantilado que alcanzamos, un borde del precipicio personal: cualquiera puede ser el próximo; rara situación que no permite salvoconductos ni corazas. Rara, si, rara.

Será, nomás, que no corresponde, escribiendo para que otros lean (única forma de la escritura) desnudar los miedos. Una suerte de púdica presencia en las espaldas, donde solemos cargar el inconciente, el que cantaba Charlie, el inconciente colectivo, donde tiramos los huesos que no se mastican de la primera dentellada.

En esas cuestiones menores andamos, encerrados en mitad del claustro donde nos paseamos como lo que somos: enclaustrados. En ese patio interior con escaleras, rellanos, vanos, alacenas y postigos la imagen de la propia muerte es algo esquivo, lo decidimos porque somos esquivos del tema y nos conviene, de modo que aceptamos, vamos, esquivar su mención es conveniente, olvidar, distraerse es alejarla.

Sin embargo hace varios días que porto una duda personal y de difícil trámite. Moriré con los ojos abiertos o cerrados. Y lo profundo, cuál será la última mirada que subiendo de los ojos, ah, ese programación de la naturaleza, que de lo que se ve entrecruza en el quiasma, después de decodificar conos y bastones y manda el impulso que sube y rodean allá, en eso de infinitos gigas donde se acumula el recuerdo, la memoria, la fantasía y la constancia fotográfica y la última imagen y cual de ellas, cual…

La abuela Josefa, delante de mí se fue y dejó abierto sus ojos y mi vieja no, ella cerró los ojos y allí se quedó. Pero la cuestión ya no viene por la duda de los ojos sino por la pregunta elemental: si la pandemia te azota y te azota ¿cuál será la mirada tuya que se lleva el final…?

No hay respuestas elementales porque estamos hablando del vano misterio del adiós. De lo que fue. En estos casos lo mejor es la poesía, que allí se encuentra el viento mas alado, mas alto, mas amplio.

César Vallejos oferta su misterio de latinoamericano sin vueltas, un Hernán Cortés que allá se quedaba, quemaba sus alas y lo cantaba de un modo imposible de empatar “Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París – y no me corro –tal vez un jueves, como es hoy de otoño. Jueves será, porque hoy, jueves, que proso estos versos, los húmeros me he puesto a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo…” Como dijese un amigo, si no sos Bach y querés componer deberás aguantarte esa diferencia. Vale para la poesía.

Pavese tampoco ayuda a eliminar la incertidumbre y acercar el sosiego “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos -esta muerte que nos acompaña de la mañana a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un vicio absurdo-. Tus ojos serán una vana palabra, un grito acallado, un silencio”… lo mismo, la miusma impiedad, confesión de mínimo exponente al que desnuda un verso alto. Podemos cambiar el ejemplo, si no sos Mozart y querés componer música, decía mi amigo el pianista, deberás convivir con ése problema.

Será, acaso, y pregunto sin tiempo de respuesta, que el coronavirus enseña a mirar con otros ojos menos orgullosos el día a día, el comienzo, el final, el destino y nuestro sitio en el colectivo… Será…

En la duda vayamos a quienes se hicieron la misma pregunta después de las explosiones atómicas y el fin de una Edad. Hoy es aquel ayer. La misma pregunta, si cabe: “He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche…”

Irwin Allen Ginsberg fue un poeta y una de las figuras más destacadas de la Generación Beat en la década de 1950. Se opuso enérgicamente al militarismo, materialismo económico y la represión sexual. Wikipedia Fallecimiento: 5 de abril de 1997, East Village, Nueva York, Estados Unidos.

Nos vendría bien un aullido en los ojos. Ginsberg no vivió el Siglo XXI, lo anunció con una mirada que ya integraba el coronavirus. Déjenme creer eso, es nada mas que una ilusión en mitad de una larguísima cuarentena inusitada. Que trajo a Pavese. A Vallejos. Que trae demasiadas cosas a la misma habitación, según reclaman los vecinos, siempre apurados por violar la cuarentena y salir a volar (tengo por vecinos muchos pájaros)