Pololo

Es raro hablar de un alternador; no era un alternador, era algo parecido. En la boite (lea como se escribe, no hay otro modo: boite) el Pololo salía a bailar de los primeros. Si alguna niña sonreía la invitaba a bailar, en la pista del centro de la boite (lea como se escribe) cada uno cerca del otro, pero sin abrazo. Era el pacto. El Pololo era “grupí de baile”. Eso. Como en los remates, donde el “grupí” sube la oferta al guiño del rematador, para sacarle mejor precio al objeto-

Pololo bailaba. Buen bailarín. A su modo un ejemplar de aquello que Federico indicaba para los hijos y nietos de los Camborios: una vara de mimbre. Sin Federicos, conviene aclarar. Tremendos aquellos años del primer rock y el primer Sandro .Como decía el tango: no se conocía cocó ni morfina. El boliche quedaba en Avenida Pellegrini y abría temprano.

La Avenida no había sufrido el desmadre de los intendentes empecinados en la memoria popular por lo que hacían; bien o mal. Algunos intendentes quieren que los recuerden así sea con insultos. Son modos. La mayoría de las veces con discusión. Ancha y de doble mano, con las luces bamboleándose en las esquinas, el viento ponía sonidos a las sombras de las primeras oscuridades del sábado. Todavía, se insiste, estaban los árboles.

Pololo era alegre y como decía: tengo todos los dientes y me gusta la alegría, eso alcanza. La sonrisa pícara, el guiño era su marca. Después en mil oficios igual. Pololo era un optimista de la vagancia disimulada, Un día quiniela, otro arbolito, siempre Central. Mis hermanos laburan mucho, son exagerados, decía Pololo.

Pololo estaba seguro de su destino. Mi laburo es Central, lo ayudo a Cozenza, eh, Cozenza, eh?. El petiso Cozenza era el que acomodaba los colectivos. Turismo, hago turismo, decía Cozenza, soy especialista en turismo futbolero.

El que no paga no sube. Pensar en las barras bravas actuales, la droga, el reparto económico, era una pesadilla de mal vino de damajuana que Cozenza, Pololo, nadie podía imaginar. Nosotros viajábamos en esos colectivos, domingo por medio, 300 kilómetros a Buenos Airees, me decía un veterano canalla, con memoria de un ayer que ya nunca.

El único ruego de Cozenza era que los colectivos llegasen a la cancha de visitante. Un trabajo agotador una vez cada quince días. Nunca te voy a dejar a pié pibe, acordate. Pololo asentía.

Le pregunté una vez a Pololo, qué cobraba por ser grupí del boliche aquel. Los tamangos. Los tinbos. Los moca. Color suela, hebilla al costado, gastaba uno por mes ¿Nada mas?… Bueno, si alguna se insinuaba… Si se insinuaba qué?. Nada, que me casé. Con la primera que me atendió me casé. Manejaba la subcomisión de damas. Armamos un colectivo de mujeres canallas. Una vez. No anduvo. Se queda en casa. Siempre Central, esa es mi vida. Siempre. Pero ahora no es lo mismo. Miro todo por TV. Las barras bravas son otra cosa. No hay milonga negro, no hay milonga que valga.