Oratorio

Pasan raudos los autos por la avenida del nombre difícil: Weelright. El adoquín manso manda un “tocotoc” a los amortiguadores y remite al tránsito mas tranquilo y los caballos. Una velocidad de siesta y fulbito en el baldío. Otra ciudad. Esta, pero otra. Las calles pensadas para una velocidad siempre atrasan. Es su índole.

En una esquina precisa de una calle exacta hay un oratorio.

La velocidad del tránsito no impide ver que hay una virgen, una mini cripta y lo mas importante: devoción. El que pasea por cualquier ciudad con los ojos aieretos la encontrará. Una o varias. Siempre.

Un pequeño sitio de freno a la velocidad del día. Un lugar en el que se agradece, alguien agradece por la fe, por su fe, algo bueno que le pasó, le pasa, le pasará. Ese oratorio es una botellita al mar, un pañuelo que saluda a la distancia.

En las rutas el “Gauchito Gil” ganó su batalla de trapos rojos a las botellas con agua de la Difunta Correa. Esa es otra historia. Una ampliación.

Una vez le hice una nota a Nélida Zenon, la fenomenal cantante de cosas del litoral, la que le hizo la canción a “Mate cocido” el criollo cimarrón, tan cimarrón que no está en la historia un Robin Hood de chiripà y guaraní como lengua, así somos). En el patio de su casa estaba el altarcito al Gauchito Gil. Muy cerca de su corazón, es evidente. Otros cantanbtes invocan a Osvaldo Pugliese para la buena suerte como el “antimufa” de las malas patas.

Pero la calle de la ciudad no se parece a las rutas donde, bajo los árboles, a la vera del camino, en el descampado algunas veces, una señal y las banderas rojas sirven para que se sepa. La fe continúa. Esta es la misma. Pero otra.

No he visto a los camioneros, los devotos, los templarios cuando se detienen a sumar otra bandera roja en los altares campechanos del Gauchito. Pero su número crece. Sigue y sigue la adhesión rutera, es casualidad no verlos. Son muchos.

No he visto a nadie rezar en la ochava de la calle, con  el empedrado suave haciendo el “tocotoc” en los amortiguadores. Simple casualidad. Si está es que alguien reza.

La pared está limpia, a veces hay flores y la fe, que suele mover montañas, da para una circunstancia que considero importante: no hay grafittis, ni de los obscenos ni de los militantes. No han pintado barbaridades en la esquina por donde solemos pasar raudos. No es poco. Todo lo contrario, es mucho. No creo que sea casualidad. El vandalismo no es casualidad.

En una ciudad que no perdona el rojo y negro, el azul y amarillo, donde hay una guerra de los colores hippientos de las tribus y los muchos nombres militantes mantiene, esa pared, su  virginal credibilidad,  mientras ella, la virgen, sonríe y ayuda a quien quiere ayudarse. Vamos con Fito Páez:…¿”quien dijo que todo está perdido”?