Martes 21 de julio – Que no sean 500 días y 500 noches

El autor y cantante (cantautor) Joaquín Sabina es uno de los que trabaja sobre la poesía explícita. La canción es eso, mas cercana a los Trovadores en la antigua lengua provenzal (Oc) que a las connotaciones de un Saer, un Ungaretti, un Juanele.

En una de sus poesías / canciones Sabina menciona el tiempo del olvido de un amor y lo explicita: 19 días le alcanzaron pero, ay, precisó 500 noches. La referencia absoluta es a la soledad del cuarto ya que de día, esto es lo usual, la conexión con las cosas cotidianas pone motivos de distracción en la mirada y el recuerdo. A la noche no.

La Pandemia  desdibuja, entre las tantas cosas que altera, cambia, borra la diferencia del día y la noche en referencia con lo mas duro: el olvido y los recuerdos. Esa mirada que todos tenemos hacia un punto que no existe, una especie de Aleph de fantasía, donde aparecen o se van, se quedan o refluyen nuestras mas oscuras intimidades. Quita la diferencia entre claro y oscuro.

Sabina explicita lo exacto. De día todo es sencillo porque hay que vivir. De noche todo es difícil porque hay que sobrevivir a los propios fantasmas, de los mas dilectos a los mas angustiantes.

La Pandemia acogota la costumbre, degüella la rutina y el día detrás de los visillos, esquivando los programas televisivos (de pandemia, obvio, pandemia según los animadores de televisión, programas que son otra peste tan afiebrada como inatajable) y el recuerdo de ella, la que quedó lejos, de ellos, los que no vendrán y esa heladera flaca y aquella cama sin tender…

Sabina  no es alguien que me entusiasma demasiado pero a cada uno lo suyo. Llegué a la poesía mucho antes y por tanto los anaqueles no estaban vacíos. Conozco mas de uno que se deslumbró forever con Sabina y, al cabo, si de algo sirve el viejo rockero desteñido, es por el sitio que ocupa, su sitio es mas valioso que muchos pulidos por la nada de las máquinas de ritmo.

A veces coloco en el Winamp, sistema de audio por donde disparo, desde la computadora hacia los parlantes celestone y los otros, los viejos y altos de madera, tan “diferentemente retumbantes” (dos sistemas de audio, los celestones planos y los otros, cargados de variantes) dos versiones de un tema suyo: en el que dice que una casa sin ella es una embajada, en otras versiones una emboscada… (“porque una casa sin ti es una embajada”…) (“porque una casa sin ti es una emboscada”) y advierto que la Pandemia, esta peste que vino a mi pago puede tomar ese rumbo. Una casa sin ti es una embajada… ¿alguien ha visto amor en una embajada? Y también una emboscada porque ¿se puede hablar de amor en una emboscada?

De qué modo manejarnos con días que son noches y noches iluminadas en el desvelo de la sin memoria y el recuerdo torcido.

Sabina describía su problema con un amor que se le fue y lo dejó flaquito de anticuerpos sin recurrir al alcohol y la amistad y que, en mitad de la noche, no tienen forma de atajarse; los recuerdos son inatajables y te meten un gol tras otro.

La peste en mi pago nos pone desvelados,  mirando películas hasta mas allá de lo posible por los ojos, revisando viejos filmes, aquellos libros que cantaban cuestiones intestinas (aconsejo relectura de El Limonero real y Trampa 22; sugiero abrir ese libraco de las obras completas de Borges en cualquier página y leer) y debo confesar lo cierto, lo rigurosamente cierto. No es tan fácil diferenciar el día de la noche apenas se pasan las 100 jornadas de encierro y los argentinos las pasamos con un muy bien te felicito, sos argentino, merecés condecoraciones porque ahora llorás por cualquier cosa y llamás a muchos amigos que se fueron, cheee.

Vamos para mas días. Muchos mas. Estás a punto de caramelo para empezar de nuevo valorizando la canción. Tengo una para abrir la puerta. La puerta a la canción popular antes que te la cope la ronca voz de Sabina.

Juancito Caminador…Murió en un lejano puerto; el prestidigitador poca cosa deja el muerto. Terminada su función—canción, paloma y baraja—todo cabe en una caja, todo, menos la canción. Ponle luto a la pianola, al conejito, a la estrella, al barquito, a la botella, al botellón, a la bola. Música de barracón —canción, baraja y paloma— flor de trapo sin aroma, todo, menos la canción. Ponle luto a la veleta, al gallo, al reloj de cuco, al fonógrafo, al trabuco, al vaso y a la carpeta. Su prestidigitación —canción, paloma y baraja— el tiempo humilla y ultraja. Todo, menos la canción. Mucha muerte a poca vida, ¡que lo entierre de una vez la Reina del Ajedrez y un poeta lo despida! Truco mágico, ilusión —canción, baraja y paloma— que todo en broma se toma. Todo, menos la canción.

A veces subo el volumen y acompaño:.. “todo, menos la canción”… Qué definición de lo que se puede y lo que no se puede entregar. Sabina debería leerlo y cumplir el dogma.

Dos versiones conservo. A veces es Mercedes, en otras Claudina y Alberto. Ése aire de cabaret del ’30 en Berlín trae un poco de Bertold Brecht (ahhh, canción de Mike Navaja, en otra oportunidad será) y un poco de valsecito criollo en la madrugada, cuando ya no importan los vecinos y la cuarentena es un recuerdo a cualquier hora de cualquier día  o noche( 500 y 500)

Cuando cito a Tuñón (/Raúl, alguna vez recuperaremos a Enrique, el Enrique que menciona Neruda) la peste queda fuera de los pensamientos. Entiendo que “los ladrones usan gorra gris”, que “en el cuarto en que vives sale el sol y se llena todo el cuarto de luz” y entiendo la recomendación de Tuñón que ni la peste tuerce: “La luna con gatillo.- Es preciso que nos entendamos. Yo hablo de algo seguro y de algo posible. Seguro es que todos coman y vivan dignamente y es posible saber algún día muchas cosas que hoy ignoramos. Entonces, es necesario que esto cambie.”

Si llegamos a estar 500 días y 500 noches en cuarentena lograremos recibirnos de libro y biblioteca. En esa ocasión y sólo en esa, será (sería) una buena peste.