Por debajo de la puerta de mi casa deslizaron facturas de los servicios. Está transcurriendo abril. Agua, gas, luz. Faltan los que envía el municipio conocidos como “Alumbrado/Barrido/Limpieza”. La peste en mi pago trae una pregunta que en muchos casos, por obvia, simplemente esquivamos. Hasta cuando existirán estos servicios. En mitad de la peste alguien, además de los ductos, trae la energía y el agua clara. Los servicios los trae una secuencia económica. No creo que todos paguen, que todos paguemos. Los avisos del gobierno insisten: paguen por favor. La duda de una cuestión, calidad de los servicios y su existencia, sigue atada a la otra: si no pagan…
En algún sitio de “el chino”, el proveedor de fideos secos, latas, yerba, el proveedor de cercanía de mi barrio, estará el “basta, no tenemos mas…”. Se cruzan y traen, el o sus hijos, hasta el pasa tarjetas para cobrarme con plástico. Todo rápido, todo con tapabocas, todo en la puerta. Cuando se van riego todo con agua y cloro o lo convenido: lavandina. Todo. Queda poco de lavandina bajo la escalera.
Digo mas claro: alguien fabrica estas cosas, desde el papel transparente (“celofán”) hasta el trigo candeal fundido al punto de fideos “mostacholi” del paquete que veo en la alacena. Queda uno mas. Alcanza para dos comidas, tal vez tres, con salsita de cebolla de verdeo y crema, livianita, uff. Quesito de rallar. Poco. Como dice la canción: Sometime Someday. En algún tiempo, en algún día, una de las dos cosas tocará su punto de cruce. Cuarentena y comida. Cuarentena y trabajo. Cuarentena y dinero. Cuarentena y servicios.
En la noche anterior a este día, mientras cruzamos el mes de abril, camino a los 30 días de cuarentena que, sobre el 20, tendrán su número en el almanaque, llegó el frío. Los 6 grados bruscos de la noche a la mañana pusieron, en rigor del anochecer al amanecer, al frío como un personaje. No hablo de la supervivencia de la partícula maldita con mas frío o calor, hablo de los menesterosos, los que viven en el umbral y bajo el alero. La mayoría varones sueltos, barbudos, ojerosos, trémulos. El termómetro aflige. En la encuesta del año anterior, invierno, eran mas de 200. La cocina de campaña (campaña militar) de los “veteranos de Malvinas” que, desde 1982 deambulan sin entender un país que los ignora, es la única que los atiende de modo permanente. Acaso por la misma razón, ese raro verbo: deambular. Por donde en estos días de abril tan apestados ellos, que están fuera, encontrarán un adentro. Los “deambulantes”…
Debería decir linyeras o mendigos. Escribí menesterosos, palabra que viene de menester, que es un faltante, una ausencia. El sufijo “oso” agrega mucho. Calor caluroso. La palabra menester tiene el mismo origen que ministerio. Abandono la etimología, ciencia del misterio del lenguaje, a la que no pudo vencer Ferdinando de Saussure.
Esas mismas encuestas que dan mas de 200 hombres en situación de calle, eufemismo para la miseria mas miserable, la del invierno de un hombre solo bajo un portal, indicaban mas de 250.000 personas sin necesidades mínimas satisfechas en la Región Rosario. Ellos no recibirán boleta de agua, luz, electricidad, ni alumbrado barrido y limpieza ni, mucho menos, las latas y fideos comprados con la tarjeta de plástico, ni escalera, desván, techo firme y “súper barrial de un chino de Hong Kong” que cruce el pedido desde el almacén de cercanía. Tal vez el sistema de “enganche” traiga el agua y la luz, el gas no, hasta las casillas. Lo que no tendrá su vida es un paisaje, lo que falta es el “estado de confort” del que hablan los programas de televisión. Los censos oficiales no hablan de estas cosas. Mencionan pobreza. Grupos de riesgo. Un porcentaje sobre un total. Hay diferencias. Claro que la pregunta – hoy – es de qué modo el coronavirus elegirá, con ese absurdo sistema del azar que conozco muy bien porque juego a las cartas hace años (“toda carta tiene contra y toda contra se da…”, fenomenal verso timbero de uno de los mas estupendos recitados, el del tango Las Cuarenta) elegirá a este si, a este no. Y cuántos de ese grupo que ¡me-imagino- pero – no – lo – se! quedará tosiendo, tosiendo mucho, muriendo acaso. Ignorancia plena y me pregunto, si yo mismo, escondido en la tibieza, que soy grupo de mucho riesgo, porqué me interesa el otro. No lo sé. Es una pulsión de la que no escapo. Ni quiero escapar.
Hay un juego de unos y otros. De elegidos y abandonados. Tal vez la rueda del mundio, detenida por 6 meses, la rueda social, también la economía, altere definitivamente y me permito insistir: tal vez entremos en el Siglo XXI y sea otro el sistema económico / social en el mundo. Quien lo sabe. Quien.
Hemos sido construídos con un pensamiento circular sobre el otro. Qué hace el otro. Quien, cómo, en que situación de amigo/enemigo está el otro. El coronavirus nos enfrenta, nos interpela sobre la certeza del otro como nuestro integrante. El egoísmo, la premura, el porvenir como una ausencia. No hay porvenir en mitad del terremoto, algunos pretenden ignorarlo. Otros, mas caraduras, elaboran teorías sobre el vacío. Indicación: estamos parados en el vacío ¿se entiende?
Una de estas cuestiones, había llegado hasta la interpelación, la pregunta sobre el “qué hiciste con este tema, hermano del alma”…y cubría el Siglo XXI hasta que la llegada del virus la postergó. La clara, justiciera, necesaria lucha de género que la civilización occidental menospreció y que el Siglo XXI puso en el centro de la escena (las culturas orientales están en otro circulo de El Dante de las que nada podemos hacer, decir, resolver) y que ahora estaba colocándonos donde se debe, en la igualdad socio /económica /moral que equilibre las cargas quedó en suspenso pero vuelve. Menos mal.
En el diario La Nación la colega Nora Bär, acaso una de las serias y consecuentes periodistas de divulgación científica en habla castellana escribía. “Aunque en el 80% de los casos la nueva enfermedad que tiene en cuarentena a gran parte del planeta transcurrirá con síntomas leves o moderados, el primer centenar de muertes por Covid-19 registradas en el país confirman lo que se advierte en otras partes del mundo: son más los varones que desarrollan un cuadro gravísimo. Según las últimas estadísticas, exactamente el 71% (o casi tres de cada cuatro). El mismo patrón se advirtió primero en China y luego en Italia”.
Es muy clara la colega sobre un tema tan raro como específico: “Aun sin evidencias sólidas que permitan explicarlo, el fenómeno no es nuevo para los investigadores. Incluso en modelos experimentales, los animales machos mueren más. Se postula que es porque hay hormonas sexuales masculinas que tienen efectos inmunodepresores; en cambio, las hembras producen más hormonas protectoras contra las infecciones. Y si se tienen en cuenta las comorbilidades, en sus formas graves, el Covid-19 se asocia con enfermedades preexistentes, como la hipertensión, las cardiopatías y los trastornos pulmonares crónicos, todas más prevalentes entre los hombres…”
Los pobres, los abandonados, los del tercer mundo, los viejos (estoy incluído) y finalmente los hombres, los que viven bajo el portal y los que no tienen para pagar alumbrado, barrido, limpieza… Todos somos diferentes, nunca fuimos iguales. Hasta el coronavirus se allana a la inatajable estadística. Con la testosterona colgando sucede lo que pasa (diría la Gambaro) nos morimos antes.