Jueves 7 de mayo

La felicidad no es una película, es una fotografía

Supongo que no hace falta explicar la diferencia, ni la cantidad de “cuadritos” que resuelven, en su recorrido frente a la lente, la diferencia visible entre una película y una fotografía.

La peste en mi pago es una fotografía distinta en cada día y desigual, en el mismo día, para muchos. Para todos está claro: no es una película. Mas atinadamente, no sería la película elegida ni sabríamos, de considerarla un filme, cual sería la escena siguiente, si de alegría o tristeza, de miedo, de terror, de suspenso, de aventuras o de amor.

Uno de los conceptos que nadie se anima a trabajar, que no trabajaremos mas allá del periodismo como lo que es, el periodismo es un oficio vetusto, la antigualla en la que nos incluímos, uno de los conceptos sociales, también individuales, uno de los conceptos básicos que se esquiva es el de la felicidad. En todo caso de la risa y la tragedia.

Alfred Hitchcook decía que, con una cámara quieta (fija) se podía hacer todo. Entraba, de foro derecha a foro izquierda un hombre bien vestido, al llegar al justo medio de la vista que ofrecía la cámara un agujero en la tierra, el hombre no lo advierte y cae a la fosa de una tapadera de aguas y cloacas sin cerrar. Todos en el cine sonríen. A poco sale el hombre ensangrentado y ya nadie se ríe. Se pasó de aquella risa a la silenciosa tragedia que la cámara describe. Para el creador de tantas películas eso definía el cine. En rigor dos instantes diferentes. Si quiere aceptarlo: dos fotografías.

Después las variantes. La mas importante la risa sobre la tragedia ajena. El mejor ejemplo Chaplin. Si quiere ser mas rústico “El chavo”. Marcel Marceau. Jerry Lewis. Woody Allen. Elija el que quiera como infeliz o pobre diablo que, con sus desventuras, hace reir.

La cuestión, periodísticamente, es hasta que punto debemos esquivar las malas fotos de cada día y evadirnos, concentrarnos en el desvío mas sonriente, mas eficaz para quitarnos presión sobre el virus, los contagios, las estadísticas, las recomendaciones y, como si con esto no fuese suficiente el comercio, la industria, las producciones, los desajustes económicos y lo dicho: la foto de mañana que nadie supone que conoce o que adivina.

Charles Trenet, cantautor francés, escribió hace muchos, muchos años, una canción que cada tanto vuelvo a escuchar: “Que reste-t-il de nos amours. Que reste-t-il de ces beaux jours. Une photo, vieille photo. De ma jeunesse…” No  traduzca. Que queda de nuestros amores, de aquellos bellos días, simplemente una vieja foto de juventud. No es textual, traducción libre del colegio de la infancia.

Mas cercana, igual de inmortal, aquello brasuca: ”la  tristeza no tiene fin, la felicidad si” (“Tristeza não tem fim. Felicidade sim”) con un Vinicius al que mucho hay que recordar en estos casos, los típicos casos de sentimientos populares dando vueltas en el aire.

La pandemia pone en juego así, en bruto, a lo bestia y sin discriminación alguna, que aquellas desdichas que cantan las coplas son tragedias únicas, sentimientos personales que se cantan y que, esta es la esencia, suceden en un punto determinado de la vida de alguien y que, se insiste en lo esencial, al trovarse, encuentran similitudes y comprensión. Nos pasó, nos pasará, conocemos un caso parecido.

El fenómeno de la pandemia pone en juego dos cuestiones. La totalidad, la categoría de universal y, además, la de inatajable. A todos a la vez, en el  mismo momento, en cualquier lugar. Ya he planteado mi asombro por el uso de las coordenadas “Espacio/Tiempo” que se mueven diferente en la pandemia. Quedarnos quietos.

Para el trovador que va contando de pueblo en pueblo las desgracias y alegrías no hay lugar. Es la misma allá y acá. Pueden variar las consecuencias, pero todos sabemos de qué se trata. Se ofertan disculpas: la misma foto.

Esta situación pone al total de las poblaciones en “pause” que, claro, provoca reacciones diferentes.

La peste lleva, mas allá de los hechos o, mejor, por encuentro con los hechos, a una cuestión. La felicidad. Los poemas, los que se mencionan, hablan de la felicidad como un instante y la desgracia como una constante o un mañana desventurado. Puede decirse, aventurando una teoría sobre los sentimientos, los afectos, el “feeling”, que allí se encuentra uno de los problemas que, mas allá de la caja registradora, incide de modo directo en la resolución de la pandemia, de la sociedad y la peste, esta fotografía que se mueve. Una foto sin sonrisas. Una foto sin sonrisas no transmite felicidad.

Puestas las cuestiones en ése punto incandescente lo que se quita es el velo y aparece, con la peste, la tristeza, el ceño fruncido, la desesperanza o, al menos, la desconfianza como mochila del día. Vamos, que de lo que se trata es de resolver esa cuestión universal pero muy particular que ha brotado: la pandemia demoró la alegría y ni siquiera es el miércoles de ceniza o si, hay un largo camino hasta el próximo carnaval. Es el tiempo de la vieja foto sepia de aquella sonrisa.

Todas las películas, aún las estacionales, las de ocasión, las que los programadores han resucitado porque tratan las pestes, las pandemias, las invasiones, necesitan un final feliz o un “to be continued” con apertura a la ilusión. Eso escamotea la peste. No es la reflexión final sobre la felicidad, esa es de Borges. Ni las cuestiones a las que apunta Macedonio Fernández. Es este quien dice, con sus palabras, no con las mías, que la felicidad, el secreto de la felicidad puede haberlo encontrado, acaso, un hombre tirado en mitad de un campo sembrado mirando el cielo, con los brazos cruzados sosteniendo su cabeza pero, dice Macedonio, no tiene obligación de contárselo a los demás.

Un poco, algo, un desliz de carcajadas es el factor ausente, el que nos haría falta, mas allá de los pedidos de mayo para que dejen abiertos los negocios a la calle y, así, nos dejen caminar por estas calles  cuando, lo cierto, lo riguroso, es que quieren que se retome la industria y el comercio para que resuenen las compras y las ventas en tintineantes maravedíes. Que vuelva la película. Con final feliz, claro. Y la cara sonriente. Hoy los gobernantes son felicitados por la exitosa cuarentena pero  no pueden aparecer con la “Sonrisa Kolynos” o el “Brillo Colgate”. No señor. Y en ese ruego empaquetan a los niños, los adolescentes, los maestros y los alumnos.

En Región Rosario sobre 80.000 matrículas universitarias ya hay 70.000 conexiones activas, en funciones. No sirven, el encuentro en el claustro hace docencia de otro modo  las manifestaciones estudiantiles no son iguales por internet, ni las fiestas, ni el sexo. Ni lo básico que machaquea, que martillea a los gobernantes: queremos comprar y vender porque queremos volver a esa felicidad del debe y el haber y la planilla Excell en azul. Bueno, no lo confiesan tan abiertamente. A veces si. Que vuelva la película del día de mañana.

Felicidad; Estado de ánimo de la persona que se siente plenamente satisfecha por gozar de lo que desea o por disfrutar de algo bueno. Cosa, circunstancia o suceso que produce ese estado. La Wikipedia es imparcial en estas cuestiones.

Busqué, en Fernández, Macedonio, algunas reflexiones sobre estos días. “Si muchos miedos, y una constante imposición del Misterio, hacen humorista, nadie escribirá más alegremente, hará más optimistas que yo”. No lo escribió para la peste, pero sería un excepcional libretista de la misma

” En materia de longevidad, he simplificado tanto mis pretensiones que «un día siguiente» es toda la prolongación que pido de mi hoy vivir.

Es sobre la quietud que presta un buen cierre:” todo viajero que no se haya quedado en su casa debe saber distinguir el lugar denominado un-poco-más-allá”.

La peste nos trajo la inversa. Nos enseñó a retroceder, a llevar la civilización a un punto denominado –un-poco-mas-acá.

No debería afligirnos definitivamente. Alguna vez volveremos a la película.