No necesitábamos la peste en mi pago para saber que el mundo nos vigila y que todo se sabe o, como diría ese genial ilustrador y humorista, Sempé; “tout se complique” (Tout se complique est le deuxième album de bande dessinée de Jean-Jacques Sempé paru en 1963, édité chez Denoël. Elle comporte 110 planches en noir et blanc) Deberíamos entender francés. Segundo libro. Dibiujante. 110 planchas. Lo vi y me gustó allá cuando, por amor a primera vista, lo compré.
El eje de ése libro repito, genial, pocos trazos sencillos, escenas cotidianas fenomenales donde lo simple los hombres poco a poco lo complican, además de mostrar un excepcional dibujante, mostraba nuestra costumbre: complicar, complicarnos.
Recomiendo a quien desee encontrarse con un humorista que no necesita el idioma ni la coyuntura para la finísima ironía, el absurdo y la risa, seguir a Sempé. En argentina solo Oski, Quino, Mordillo, algunos de Napo alcanzan esa dimensión fuera de toda discusión.
El objeto de su análisis, la complicación como eje de los despioles que suelen armarse, es un motivo que la peste en mi pago multiplica. Alguna vez se irá la peste, si es que conseguimos vacunas que nos prevengan, si es que sobrevivimos, uf, tantos condicionantes que lo mejor es el tal vez. Sometime, someday acaso se vaya.
Tal vez el año que viene el asunto se complique porque la memoria no quiere guardar aquello que no le conviene (la memoria es mas traicionera que una áspid, que finalmente está determinada a envenenar y largar su veneno por el colmillo como toda excusa de su vida y, en cambio, la memoria juega sola en la cancha de las torturas y las pesadillas y nos agrede porque en el fondo es eso, nos agrede como parte del juego en que andamos) y se insiste, la memoria puede ser engañada con un silbido en la madrugada, una borrachera ejemplar, unas piernas de mujer entrecruzadas en la cara, artilugios posibles contra una memoria engañada o demorada pero, ay, pero ese personaje de Orwell, ese vigía panóptico que entusiasmaba a Umberto Eco y que es el sultán de todas las cárceles, hace rato que nos tiene vigilados y no podremos escaparnos mas. Hay pruebas. Nunca mas cantores sueltos de nuestras historias personales.
Estamos prisioneros, carcelero (COPLERA DEL PRISIONERO Letra: Armando Tejada Gómez, Música: Horacio Guarany.- Estamos prisioneros, carcelero. Yo de estos torpes barrotes, tu del miedo!
Digresión: algunos creen que el poema es de Horacio pero no, es de Tejada y alguna historia tiene con otro, parecido, de Guillén, pero sería derivada, de derivada, de derivadas en frases de la narración sobre la crueldad de la memoria del coronavirus, que de eso se trata.
Todo se complica con la memoria, como decía Sempé (insisto: busquen, miren a los dibujantes excepcionales, así no creen que el de la otra cuadra es el mejor del mundo) todo se complica porque a nuestra memoria que creíamos esconder, manejar, sostener escondida, la alimentan desde satélites, algoritmos y mandatos de la tecnología donde no somos nada mas que una programación, un mínimo punto de luz que se enciende en el día y la hora que menos imaginamos.
Hace dos años estaba en Sicilia, en lo alto de una colina, en un pueblo que era faro para cuando llegasen los griegos, que siempre llegaban para invadir. Un pueblo que, como tantos en Italia, ha sido declarado patrimonio de la humanidad, una mentira nada piadosa para tocar con discriminación la arquitectura y ensuciar con premeditación y plástico toda el ecosistema, inclusive la historia. En ése pueblo, después de agitarme en la subida me saqué fotos con el celular, no suelo hacerlo, las llevo en la retina y en la memoria (un entrañable, el “gordo Pedro Uzquiza” me decía que lloró la primera vez que se paró a los pies del Cristo del Corcovado, pregunté porque, porque estaba ahí y “el rana”, cacho, vos, un montonazo de amigos no podían ver esa maravilla…por eso lloré, porque no iba a poder contarlo…já, eso que me contaba Pedro es el verdadero secreto de los ojos) el secreto es lo que los otros no ven, no pueden, no llegan , lo intransferible de ésa memoria ideográfica que de los ojos sube…
En la semana anterior a esta en la que escribo, vinieron los nietos y los hijos, y con un hijo y un nieto, por aquello del pelo, el color de los ojos y cierta forma de la nariz, hay una traducción de perfiles de viejas historias de inmigrantes que, la tentación vence a la sabiduría, armé una foto de tres generaciones sonriendo para la foto en mitad de la pandemia.
Hoy, justamente hoy, un día tan fin de la modernidad, fin de la credulidad y la inocencia del hombre, el día de los días, por Hiroshima y Nagasaki y el fin de una hisoria, recibo un recordatorio de aquella foto siciliana. Me había olvidado. La peste decidió el olvido o no lo sé, acaso la memoria que, se insiste, es tan independiente como una áspid, o tan predeterminada como ella, había decidido desecharla en la mitad del apestado encierro al que la visita de hijos y nietos, en uno de los pocos días permitidos, llenaron de gritos y disputas hoy, justamente hoy, llegan esas imágenes y advierten dos certidumbres definitivas, inatajables.
El año próximo llegarán las fotos de la peste, estemos o no estemos, el algoritmo las decidió cuando las sacamos, al oprimir el obturador las dispararon a la nube, donde somos puntos incandescentes que allí se quedan. Y vuelven. Es su memoria, no es mas la nuestra.
Si acaso, si tal vez, si se pudiese o necesitase borrar la memoria de la peste en el año próximo, en el teléfono que me pertenece, donde sea que esté, aparecerá el mero rostro de tres generaciones de cruza de españoles y de aborígenes, que por estas latitudes andan, anduvieron, mucho después que los griegos invadiesen Sicilia y muchísimos mas cercanos a una peste mundial que llegó hasta la cocina de mi casa. Un domingo, como todos los días, y con una determinación: seré inolvidable. Habrá fotos que activarán la memoria. Que recrearán este día. Fotos de la peste. Francamente no se si quiero certificar mis días de encierro y apestado. Supongo que no, pero no lo decidí. Ya está. Vendrán el año que viene, y el otro. Serán las fotos de la peste. Lo dicho, la ingratitud de la memoria. Ya no nos pertenece. Tal vez sea mejor así.