Los concursos de cantores, tan populares en la televisión de todo el mundo, obedecen a una pulsión primaria. Queremos cantar.
Algunos no sabemos, otros no podemos, hay quienes tienen una capacidad de autocrítica, mínima o efímera, y se largan a los concursos y hay quienes encuentran, en esos concursos, la posibilidad seria de la trascendencia y el mañana de éxito como artista popular.
Ya está en la historia menuda pero cierta de Argentina el animador Roberto Galán y el aprovechamiento de esa pulsión. “Si lo sabe… cante”.
El programa televisivo, con ése ojo que tuvo Roberto Galán para dos cuestiones ( la otra el casamiento, los solos y solas) llevó a nivel nacional una cuestión que era barrial. El concurso de cantores.
En los barrios la selección era lunes y martes y el viernes al escenario. Mismo piano, mismas guitarras y, acaso, mismo bandoneón o “verdulera”, poco mas. Una canción conocida, el tono en el que arrancaba el acompañante y a probar suerte. Con un mínimo se pasaba la prueba y se iba a los viernes y a los ganadores de los viernes para que, después de tres meses, un sábado apareciese la gran final con los 12 finalistas, ganadores de los viernes. A veces, solo a veces un cantor profesional invitado, para asegurar entradas que aseguraban servicio de buffet.
Se vendían rifas y se compraban votos para llenarlos con el nombre de quien se consideraba el mejor, la mejor. Esos votos, la intención del éxito por la promoción, fueron el antecedente casero de los pactos de los programas de televisión con las compañías telefónicas y el llamado que impacta sobre las líneas particulares con un costo adicional, del que los dueños del programa toman una parte. Se han hecho fortunas con ese sistema.
En el club del barrio los dinerillos servían para arreglar la pintura del salón de fiestas para el verano, salón aireado, imprescindible para los bailes del sábado y las matiné danzante de los domingos.
Los clubes del barrio (había dos)se sorteaban quien iba primero y quien segundo con el concurso, para no superponer cantores y costos.
Desde otros sitios de la ciudad aparecían algunos “tapados”, con poco nombre en el barrio pero buenos cantores, porque había premios y porque, en el fondo, esos cantores, presentándose lejos de su barrio eran mas y mas conocidos y terminaban adquiriendo experiencia, fogueándose en escenarios y yerros, aprendizaje de finales desafinados y púbico inquieto. Una suerte de “casting” y “pase el que sigue” brutal, cruel, pero necesario para crecer.
Parientes, favorecedores y amigos llenaban esos viernes de concurso. Hoy canta “pedrito” se puso de nombre artístico “Marcel Roldán”, que loco, pero es “pedrito” y vamos todos.
A veces sabíamos que ese viernes no sería fácil para “pedrito”, porque venía un “tapado” que ya estaba ensayando con una orquesta y tenía su grupo de guitarreros, pero había que estar. Así eran las cosas, Lo sabíamos. El triunfo no viene solo. Desde chicos supimos esas cosas.
Un cantor, un importante cantor volvió a Rosario hace muchos años y en su repertorio estaba un tema que en su letra decía, como una confesión…”Viejo barrio de mi ensueño, el de ranchitos iguales, como a vos los vendavales a mí me azotó el dolor.
Hoy te encuentro envejecido, pero siempre tan risueño, barrio lindo. .. Y yo qué soy… Treinta años y mirá, mirá que viejo estoy… (Barrio Reo. El tango es de Fugazot y Navarrine) el cantor allí, sobre el cierre de la primera estrofa, se largó a llorar. Lo vi. Estaba. Me produjo una sensación rara. Era, para mi, un triunfador. Nadie sabe que hay dentro de la cabeza del otro. Lloró. Punto.
Todo un hombre grande, che, pero así son las cosas. En ese club, mucho mas de 30 años atrás, había empezado su carrera en un concurso, después una orquesta, después Buenos Aires. Ese llanto hablaba bien del cantorcito. No todos reconocen que alguna vez lo azotaron los vendavales. El show está lleno de gente que convierte su memoria en un relato diferente. El cantorcito fue honesto. Lloró.
Publicado en el diario La Capital el 10 de Agosto.